La seducción y el deseo

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Si bien se mira, todo en la vida es comunicación. Desde el nivel más primario hasta el más sublime, desde los seres más sencillos, como los protozoos, hasta los más complejos como, dicen, es el hombre. Respirar, alimentarse o reproducirse. De hecho, la comunicación más importante, tal vez por su trascendencia para la vida, es la que se produce entre sexos. Con la reproducción sexual, la naturaleza ha vinculado la supervivencia de las especies a la necesidad de establecer contactos, rituales de apareamiento, cortejos, en fin, de comunicarse. De ahí que el deseo de comunicarse tiene que ser poderoso. Nos va en ello la vida.

La seducción es la estrategia más extendida para satisfacer el deseo sexual, es decir de comunicarse, ya se trate de una maripos a, un lince o un hombre. También es la más completa que se haya desarrollado en el laboratorio de la naturaleza para conseguir los fines de reproducción sexual. Y esto es así hasta el punto de que toda nuestra arquitectura mental se ha construido sobre la base de este poderoso instinto de seducción.

Seducir para reproducirse, siguiendo un programa genético. De hecho, en Internet la palabra “sexo” es la más buscada en todas las lenguas, y las páginas web dedicadas al sexo son las más numerosas. La atracción sexual, de una forma o de otra, mueve al mundo, y nadie mejor que los publicistas lo saben, que us an todos los reclamos subliminales posibles para estimular nuestra infinita ansia de deseo.

El amor es la forma de expresarse ese deseo en los humanos. Ya desde antiguo se intentó comprender y definir este instinto. En El Banquete de Platón, Aristófanes relaciona el amor con el deseo de totalidad, “su búsqueda es llamado Amor”. Sócrates, más amigo de lo conceptual se pregunta: “¿Acaso no es preciso que el deseoso desee lo que le falta o, por el contrario, que no desee lo que le no le falta”. Y más adelante, resume: “Todo el que desea, desea lo que no está en su posesión, lo que no es él mismo y lo que le falta”.

Como el deseo es un instinto poderoso, infinito e insaciable, el amor, como expresión de ese deseo, tiende hacia la totalidad, hacia lo infinito y lo inconcreto. El amor tiene que ver con el valor , con valorar al otro en su “otredad”. El amor, como el arte, es un abandono de sí mismo, va de dentro hacia afuera.

Sin embargo, el deseo no tiene por que ser equivalente al amor, pues lo que uno desea, quiere usarlo, consumirlo, “gastarlo”. Pero el uso sólo puede lograrse mediante la repetición. Por eso la sociedad de consumo suele fomentar que lo que se desea es desear, no verse nunca satisfecho.

El deseo mueve el mundo. Incluso es posible que este instinto de seducción, necesario para su satisfacción, haya impulsado al hombre a desarrollar el arte, la ciencia o la filosofía, mediante el despliegue de todas sus capacidades comunicativas. Ese deseo de comunicación, de reproducirse, es lo que Pedro Salinas invocaba como “esa corporeidad mortal y rosa, donde el amor encuentra su infinito.”

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