Cumbres

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“EN ESTE FORO DE MÉXICO SE IZÓ UNA BANDERA QUE VA A DAR MUCHO QUE HABLAR EN EL FUTURO INMEDIATO: EL ACCESO AL AGUA POTABLE COMO UN DERECHO HUMANO FUNDAMENTAL”

La Cumbre de Desarrollo y Medio Ambiente, que se celebró en Estocolmo (1972) con escasa presencia española (recuérdese aquella fotografía del ministro López Rodó en bicicleta, que constituyó el primer guiño ecopolítico del franquismo), fue el inicio de un sinfín de encuentros internacionales animados principalmente por la ONU, en torno a las contradicciones entre el desarrollo económico y la preservación del medio ambiente, que en esa misma década de los setenta ya denunciara con especial énfasis el Club de Roma.

Sin embargo, los 20 años transcurridos entre 1972 y 1992, cuando tuvo lugar en Río de Janeiro la multitudinaria Cumbre de la Tierra, pueden calificarse de tranquilos en comparación con lo que vino después, y no sólo en relación con las cuestiones ambientales. Fue entonces cuando se pusieron de moda los llamados foros alternativos, que más allá de servir de catalizadores de un malestar social por parte de los más jóvenes o de los más radicales (no siempre coinciden) tampoco han tenido especial relevancia en cuanto a la elaboración de nuevos modelos, si bien supusieron el nacimiento de los movimientos antiglobalización o, como dicen en México con mayor gracia, “los globalifóbicos”, que han logrado mayores impactos mediáticos que políticos, aunque en absoluto sea despreciable su influencia en los gobiernos o en las empresas, como bien lo demuestran algunas decisiones.

Más de tres décadas después cabe preguntarse para qué han servido tantas reuniones, tantas palabras, tantos documentos, tanto dinero gastado en estos eventos masivos, que acaso estuvieran mejor empleado en las causas que se proponen defender. Ciertamente, es necesario el diálogo, el debate y los encuentros multilaterales; nunca está de más la escenificación de los problemas con la presencia de los jefes de estado o de gobierno reunidos en torno a una buena causa, pero cuando uno contempla esas riadas de gente deambulando sin aparentes objetivos por los pasillos de inmensos edificios generalmente incómodos, supervigilados y apartados de las ciudades donde suelen celebrarse estas cumbres, y sobre todo cuando se leen los documentos de conclusiones finales, casi siempre deslavazados en pos del consenso, es inevitable preguntarse para qué tanto esfuerzo, aunque ya se habla con guasa de los turistas de las cumbres, supuestos expertos subvencionados que no se pierden ni una.

Demos por bueno lo sucedido hasta aquí. Todas estas cumbres han servido para airear problemas y tomar algunas decisiones importantes, y en cualquier caso para poner en común realidades y sensibilidades distintas, pero hagamos un serio balance por si fuera preciso reconducir la estrategia. Entre otras razones, porque los medios de comunicación, pieza imprescindible de estos enormes tinglados, ya andan escamados de tanto faranduleo y cada vez suelen dedicarles menos espacio.

En el IV Foro Mundial del Agua, celebrado el pasado mes de marzo en México, bajo el auspicio de un conglomerado de empresas, organismos e instituciones como la Unesco, pudimos observar todas estas circunstancias. La fórmula, tanto la oficial como la alternativa, se reveló agotada. A México asistieron más de 10.000 personas (empresarios, técnicos, ONGs) y un centenar largo de ministros de medio ambiente o asimilados para debatir sobre el agua, uno de los problemas más inquietantes que tiene planteado la humanidad en este siglo XXI, pero nadie tiene muy claro para qué sirvió tanto esfuerzo, salvo, ya digo, los que aprovechan estas cumbres para hacer turismo.

De todos modos, en este Foro de México se izó una bandera que va a dar mucho que hablar en el futuro inmediato: el acceso al agua potable como un derecho humano fundamental. En tal sentido se pronunció el Foro Alternativo, el Parlamento Europeo y, con mayor ambigüedad, la Unión Europea, aunque tal expresión no conste en la declaración final. Se trata de una reivindicación un tanto abstracta, pero a nadie se le escapa la carga de simbolismo político que lleva dentro. Algunos países, como Bolivia o Venezuela, no firmaron la declaración precisamente porque no se hacían eco de esta propuesta, que tendrían más problemas para cumplirla los gobiernos de los países menos desarrollados. El ministro del Agua boliviano se preguntaba: ¿cómo es posible que se nieguen a modificar una declaración elaborada antes del comienzo del Foro? ¿Para qué estamos aquí, entonces, para qué sirven los debates? No le faltaba razón.

Señalemos, por último, otro asunto que alcanzó especial protagonismo en los debates y sobre todo en las declaraciones a los medios de comunicación respecto al papel de las empresas privadas en la gestión del agua. Sin negarles esa posibilidad, ni mucho menos, insiste la Unesco en que los Estados nunca deben renunciar al control del agua.

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