Sojeros
Desde el principio, el debate sobre los transgénicos planteado por los ecologistas ha tenido, al menos, dos aspectos fundamentales: el meramente técnico, que eludiré aquí tras reconocer que gran parte de la comunidad científica, por no decir casi toda, es favorable al desarrollo de los transgénicos, y por otro lado, las consecuencias sociales y económicas que pudieran derivarse de su aplicación, especialmente en el caso de los cultivos transgénicos.
En este sentido, las noticias que nos llegan de Iberoamérica, de Brasil, de Argentina, de Uruguay o de Paraguay, son más que alarmantes. Hace unas semanas, La 2 de TVE emitió un reportaje sobre la crisis sin precedentes que los cultivos de soja están causando en Paraguay. No estoy yo en condiciones de afirmar que todos los datos ofrecidos en dicho reportaje habían sido suficientemente contrastados, pero tampoco tengo razones para dudar de su fiabilidad.
Se contaba, por ejemplo, que unas 300.000 familias están reclamando tierras para el desarrollo de cultivos tradicionales, pero que el propio Estado se siente inerme ante el inmenso poderío de los especuladores internacionales que acaparan todas las tierras disponibles e incluso las que no lo están con métodos, en algunos casos, gansteriles. «Venden pueblos con la gente y todo, como en la Edad Media», denunciaba una de las personas entrevistadas.
Se contaba también en ese reportaje que han sido asesinados más de 100 dirigentes campesinos, que han muerto unas 900 personas como consecuencia de los tratamientos fitosanitarios de la soja y que otros miles más han sido afectados en distinto grado. Es más, contaba un campesino que, en algunas zonas, los sojeros hacían las fumigaciones en condiciones de viento favorables para que el veneno se expandiera y la gente abandonara por miedo los pueblos vendiendo o cediendo sus tierras: espeluznante.
Unos días antes de la emisión de este reportaje, la correponsal del diario El País en Argentina, Soledad Gallego-Díaz, describía con detalle la creciente preocupación de muchos argentinos por el espectacular crecimiento de los cultivos de soja, el llamado oro verde. De los siete millones de hectáreas en 2003 se ha pasado a 20 en la presente temporada: «La soja se come
todo: vacas, pueblos, montes, tradiciones e incluso trabajadores rurales, porque exige poca mano de obra y porque existe una creciente concentración de la propiedad de la tierra».
«ANTE EL ESPECTACULAR CRECIMIENTO DE LOS CULTIVOS DE SOJA, ¿DEBEMOS QUEDAR INDIFERENTES ANTE ESTA SITUACIÓN QUE, EN POCOS AÑOS, PUEDE CONVERTIR BUENA PARTE DE IBEROAMÉRICA Y OTRAS ZONAS DEL MUNDO EN UN ERIAL?»
En fin, aceptemos que el desarrollo de la biotecnolog?a en sí no es perjudicial, pero ?debemos quedar indiferentes ante esta situación que, en pocos años, puede convertir buena parte de Iberoamérica y otras zonas del mundo en un erial? Porque otra de las consecuencias de estos cultivos es que los bosques están desapareciendo por miles de hectáreas. Por supuesto que se está creando riqueza, sobre todo para algunos, pero también la creaba en España el sector de la construcción con las consecuencias que ahora estamos padeciendo.
¿Quién, qué Gobierno, en pleno boom de la soja, de la construcción o de lo que sea se atreve a decir basta? ¿Qué va a pasar en esos países cuando la situación alcance límites insostenibles o cuando los mercados dejen de apostar por este producto? Luego, cuando sea demasiado tarde, todos nos lamentaremos. Ante la escasez creciente de la carne de vacuno en los mercados, la presidenta del Gobierno de Argentina ha recomendado a los ciudadanos que consuman más pescado. Eso es compromiso y lo demás, cuento. Tampoco cabe esperar demasiado del Parlamento, pues muchos de los diputados y senadores están implicados en el negocio.
Está ocurriendo lo que los ecologistas decían que iba a ocurrir. Desgraciadamente, una vez más han tenido razón, aunque eso sea lo de menos. Lo preocupante y lo dramático es nuestra escasa capacidad de escarmiento. La actual crisis económica tiene mucho que ver con este tipo de situaciones que se desmandan sin que nadie se atreva a decir basta. La realidad está demostrando que, en efecto, no hemos aprendido nada.