Charlas

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En la radio de las décadas de 1920 y 1930, la charla era un género radiofónico muy socorrido. Charlas radiofónicas se llamaba. Un científico, un naturalista o simplemente un narrador, se ponían ante el micrófono y largaban durante un tiempo que hoy, cuando las informaciones se miden al segundo, nos parecería inadmisible. Es evidente que este género tenía claras intenciones divulgativas y pedagógicas, dos cualidades que todavía hoy algunos continúan exigiendo a los medios de comunicación, también a la radio, con escaso éxito.

«Señores radioescuchas», comenzaba su charla Alberto Segovia en Radio España el 16 de noviembre de 1924: «(…) El lobo es hoy casi únicamente huésped de las montañas, donde se ha refugiado huyendo del hombre a medida que éste se ha hecho más dueño, mediante el cultivo, de las tierras llanas. Sólo desciende a los valles en invierno, cuando no encuentra caza y se retira el ganado de las sierras y empieza a sentir el tormento del hambre. Entonces este animal, según un naturalista que lo ha estudiado, es realmente peligroso (…)». Eran muy frecuentes las charlas de Alberto Segovia, miembro de la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara. ¿No parece que le estén escuchando? Lo cierto es que tampoco existen demasiadas diferencias entre estas charlas de los años veinte y las que Félix Rodríguez de la Fuente, tan amigo del lobo precisamente, protagonizó en Radio Nacional de España 50 años después en el programa La aventura de la vida. Puras charlas radiofónicas, pero eso sí, adobadas con música,
con sonidos, con una realización y un montaje que todavía hoy
pueden servir de modelo a cualquier aprendiz de radio. Félix era
un gran contador de historias.

«ERAN PURAS CHARLAS RADIOFÓNICAS, PERO ADOBADAS CON MÚSICA, CON SONIDOS, CON UNA REALIZACIÓN Y UN MONTAJE QUE TODAVÍA HOY PUEDEN SERVIR DE MODELO A CUALQUIER APRENDIZ DE RADIO»

En realidad, podría afirmarse que, hace ya un par de siglos, incluso la prensa escrita se convertía en palabra hablada. Uno de los primeros periódicos dirigido a los agricultores y ganaderos, que empezó a publicarse a finales del siglo XVIII, tenía esta peculiar cabecera: Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos. ¿Por qué a los párrocos? Por una razón muy sencilla: como la mayoría de los ciudadanos no sabían leer, era el cura quien, desde el púlpito, leía estos periódicos y revistas que solían ofrecer contenidos muy útiles sobre los oficios de la gente del campo. Bien puede decirse, por tanto, que en la práctica eran periódicos hablados. Vale la pena citar un párrafo de una de sus crónicas: «La agricultura es la primera, la más noble, la más indispensable ocupación del hombre; es la base de las sociedades (…). Fue un tiempo en que el mundo era agricultor y, entonces, se vio el siglo de la abundancia, de la sencillez, del candor y de la honestidad (…)».

Pero tampoco faltan los consejos prácticos. Un ejemplar fechado el 2 de febrero de 1797 describía con todo detalle cómo hacer un «sahumerio para desinfeccionar y purificar los hospitales, habitaciones, caballerizas, establos y corrales». Decía: «Póngase en una cazuela o barreño sin vidriar una libra de sal común; colóquese en un hornillo portátil o alnafe encendido con carbón; llévese al parage que quiera purificarse (…)». Pues bien, acabo de ver una serie de documentales de la formidable mediateca del antiguo Ministerio de Agricultura, incluido hoy en el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino (MARM), y descubro con sorpresa que también en este caso se utilizaba la charla (charlas cinematográficas, decían y titulaban) para divulgar diversos aspectos relacionados con la agricultura y la ganadería. Fechados estos documentales entre los años cuarenta y setenta, parece una contradicción que, tratándose de imágenes, y de excelente calidad en muchas ocasiones, se les llamaran charlas. Pero claro, en esos años, casi tanto o más que la imagen importaba el discurso, la narración del locutor, a la manera épica del nodo.

Eran documentales sobre la recogida del corcho o de la aceituna, sobre la mejor manera de trasquilar una oveja, sobre la entregada labor de los agentes de extensión agraria que estimulaban a los vecinos para que se unieran en trabajos colectivos (caminos, conducciones de agua, etcétera) o sobre aquellos poblados de colonización que marcaron uno de los hitos en la política agraria del franquismo. ¡Cómo era la España del blanco y negro! Muchos de estos documentales llevan la firma del marqués de Villa-Alcázar, un personaje de azarosa trayectoria que, inevitablemente, me recuerda al marqués de Villaviciosa, el promotor de los parques nacionales, que tanto he citado en esta columna. A ambos les gustaba charlar y estoy seguro de que, de haber tenido la oportunidad, el de Villaviciosa habría sido un excelente radiofonista.

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