Luna amarilla
El aniversario ha sido recordado con mayor profusión de la habitual por cuestiones meramente anecdóticas, como los avatares sufridos por algunas de las muestras rocosas lunares que los astronautas trajeron de vuelta a la Tierra: cerca de 400 kilos en el total de las seis misiones Apolo que llegaron allí. Así, la que recibió el general Franco con motivo de la visita de los astronautas del Apolo XI parece ser que fue objeto de un intento de venta por alguno de sus descendientes o allegados a través de una casa de subastas londinense, y hoy está desaparecida. Lo mismo ocurre con la que recibió el primer ministro holandés, Willem Drees, en 1969, que fue donada al Rijksmuseum. Este verano se supo que la que exhibe el famoso museo de Ámsterdam no procede de la Luna, y ni siquiera es un mineral sino un trozo de madera fosilizada.
Una vez más, también, la ocasión ha servido para que se diera rienda suelta a la frustración generada por el hecho de que la gesta se agotara en sí misma y no tuviese continuación. En el 25 aniversario, Estados Unidos anunció que intentaría regresar en el 2019 (50 aniversario) con intención de establecer una base lunar permanente. Hoy no queda nada de aquella intención y sólo se habla de posibles planes a muy largo plazo, a pesar de que la NASA intenta mantener el entusiasmo por la conquista del espacio y lograr así mejorar sus precarios presupuestos.
«NO OLVIDEN LA PALABRA TAIKONAUTA,QUE ES LA QUE LOS CHINOS EMPLEAN COMO EQUIVALENTE DE ASTRONAUTA O,EN EL CASO RUSO, COSMONAUTA.EL PRÓXIMO HUMANO EN PISAR LA LUNASERÁ UN TAIKONAUTA»
La bien llamada carrera espacial fue tan sólo una guerra de propaganda, y la mejor garantía de que Armstrong pisó la Luna es la aceptación de la derrota por parte de los soviéticos. Si todo hubiera sido un montaje (como algunos se dedican a difundir), no me cabe duda de que la URSS lo habría puesto en evidencia. No fue una apuesta científica ni tecnológica sino sólo una campaña publicitaria; eso sí, la más cara de la historia, que duró toda una década y cuyo coste completo es difícil de determinar. Según Wikipedia (una fuente cada vez más fiable para cuestiones no contaminadas por disputas personales, políticas o ideológicas), sólo la misión Apolo XI costó 25.000 millones de dólares. Y como consecuencia de su carácter propagandístico se produjo el abandono del objetivo una vez alcanzado. La épica fue sustituida por el pragmatismo, y el espacio pasó a ser el escenario de actividades económicas y científicas de diferente sesgo, orientadas a la aplicación práctica.
Pero el espejismo lunar no ha muerto, sólo ha cambiado de territorio. Asia, el continente emergente, quiere tomar el relevo y está realizando los pasos previos para emular y superar la gesta estadounidense de entonces. Japón conseguía, el pasado junio, posar una sonda sobre la superficie lunar y controlarla remotamente para realizar investigaciones sobre el terreno, tras mantenerla en órbita previamente durante casi dos años, cartografiando detalladamente la superficie de nuestro satélite. En el proyecto, denominado Kaguya, participan otras dos naves, una de las cuales también se posó sobre la Luna en febrero. Dicen los japoneses que la suya es la mayor misión lunar tras el final de las misiones Apolo, y puede que estén en lo cierto, aunque sus logros no son tan impactantes como para levantar el entusiasmo popular, y tecnológicamente no difiere gran cosa de lo que los estadounidenses hacen en un escenario mucho más lejano y complicado como es el de Marte.
Lo que sí supone un salto cualitativo y pretende salvar el vacío dejado por la última misión Apolo, la XVII (diciembre de 1972), es el anuncio que ha realizado China de poner en marcha un proyecto para enviar naves tripuladas a la Luna en el año 2020, con el objetivo de instalar una base. Es una apuesta que exige aún un enorme esfuerzo de desarrollo tecnológico por parte del gigante asiático, amén de un gigantesco desembolso, pero es una apuesta creíble por la pujanza económica china, su organización política centralizada, donde las decisiones del poder apenas pueden ser cuestionadas, y el afán por desbancar cuanto antes a Estados Unidos como primera potencia mundial. Y para ello necesita empezar a mostrar su poderío con actos propagandísticos (una vez más) así de monumentales. No olviden la palabra taikonauta, que es la que los chinos emplean como equivalente de astronauta o, en el caso ruso, cosmonauta. El próximo humano en pisar la Luna será un taikonauta.