La venganza de Ada

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«EL AUTOR ELECTRÓNICO NO RESUELVE POR AHORA LA ETERNA DISPUTA EN TORNO A LAS CAPACIDADES DE LAS MAQUINAS PARA EMULAR A LOS SERES HUMANOS»

La idea de una producción literaria automática es vieja, y antaño se valía de figuras metafóricas como el mono tecleando al azar sobre una máquina de escribir que en un tiempo infinito llegaría a componer los más bellos poemas, las más excelsas novelas, los dramas más profundos… Cervantes, Dante y Shakespeare redivivos, e incluso superados, y también todo el resto del elenco de plumillas que han poblado la historia de la literatura, incluidos los más zafios y vulgares, e incluso los que nunca han existido. La imagen sirve fundamentalmente para ilustrar el difuso concepto de infinito, pero también para poner en cuestión la consideración de la literatura como una expresión sublime de las capacidades humanas.

Hoy el mono ha sido sustituido por un programa informático imaginario, capaz de realizar series combinatorias de letras y signos ortográficos, de extensión variable, que, nuevamente con todo el tiempo necesario por delante, realizaría la ingrata tarea. De alguna manera, el reto ya está en marcha, claro que de forma más sofisticada, sin necesidad de recurrir a combinaciones aleatorias sino mediante una instrucción previa del aparato que salva de golpe varios miles de millones de años, aunque suponga contaminar el experimento con la intervención humana.

Démosle al programa todo el conocimiento respecto a las reglas de un idioma, de los contenidos semánticos de las palabras, de las estructuras sintácticas, de los usos y modismos… y añadamos cuanto sea posible comunicar a un ente electrónico acerca de las ambiguas reglas que gobiernan la construcción literaria, la fabulación, la creación de personajes, el trenzado de las historias, los diálogos, los pensamientos, las relaciones, las emociones; incluso programemos la capacidad de romper un hilo narrativo previsible, digitalicemos las inasibles reglas de conseguir sorprender al lector en un determinado punto del discurso, los trucos de efecto, los datos e indicios habilmente ocultados hasta el preciso momento…

Ese programa ya existe, se llama PC Writer 2008 y su primera novela, Amor verdadero, ya ocupa un hueco en las librerías de su país de origen, Rusia, desde su aparición en enero pasado. Es posible que tenga un relativo éxito, por la novedad, por el vértigo de sentir que la máquina nos emula, pero si la idea cuaja la cosa puede llegar a ser muy seria, porque las ventajas de este peculiar escritor, al menos para la empresa editora, son muchas y poderosas.

La novela se ha escrito en tres días, y el electrónico autor puede seguir produciendo a ese ritmo sin descansos ni vacaciones, sin sueldo y siempre atento a los deseos del editor, que opina sobre el producto y ordena cambios antes de darle el visto bueno sin la menor queja del escribiente. Y si se va mejorando, quien sabe lo que puede llegar a producir. Dudo que sean obras auténticamente maestras, de esas cuya profundidad consigue tocar nuestras fibras más sensibles, pero puede que empiece a competir pronto con los autores de medio pelo, esos autores que llenan las librerías de aeropuerto y se convierten en best sellers, cuya principal finalidad es entretener las horas de espera.

El sueño de matar al padre, de rebelarse contra su autoridad, tierna y tiránica a un tiempo, es una alegoría (a veces nada simbólica) de la transición hacia la madurez del individuo, y como tal ha sido tema recurrente de la literatura. Con la aparición de Amor verdadero se cumple también este sueño en un caso concreto: Ada ha vencido a su padre George casi 200 años después de su nacimiento. Ella optó por un camino arriesgado y radicalmente diferente al de su progenitor (al que no llegó a conocer) y pasó por este mundo casi sin pena ni gloria, aunque abrió el camino a una revolución que afecta ineludiblemente a nuestra vida cotidiana actual. Él fue ampliamente reconocido en vida y sigue presente en los libros de historia, aunque su impacto en el mundo actual es ya muy débil.

Salvo en círculos restringidos, pocos saben que Ada Lovelace (Londres, 1815- Londres, 1852), matemática, fue la autora del primer programa informático de la historia, el que debía utilizar la máquina computadora ideada por su colega Charles Babbage; máquina que no consiguió ver la luz hasta siglo y medio después de haber sido concebida, en la década pasada, cuando se construyó a partir de sus planos para comprobar si habría funcionado, con resultados positivos. El padre de Ada, George, más conocido como Lord Byron, es, sobra decirlo, uno de los poetas románticos más emblemáticos y famosos de la historia. Se separó de su esposa cuando su hija Ada tenía dos meses y nunca más se interesó por su suerte.

De alguna manera, la venganza de Ada ha empezado a vislumbrarse con PC Writer 2008: la programación amenaza a la creación; pero difícilmente se completará, porque el autor electrónico no resuelve por ahora la eterna disputa en torno a las capacidades de las máquinas para emular a los seres humanos. ¿Es capaz la inteligencia artificial de hacer pasar a los cerebros electrónicos por las experiencias, los sufrimientos y las emociones necesarias para que un escritor consiga generar el vértigo que nos produce una auténtica obra maestra?

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