La cultura como aventura personal

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“Yo afirmo que la biblioteca es interminable

J.L. Borges

En el año 1964, en un Seminario de cultura organizado por los alumnos de la Facultad de Medicina de Sevilla, tuve ocasión de exponer, en el acto inaugural celebrado en la Facultad de Filosofía, mis primerizas reflexiones sobre la cultura como aventura personal, con una conferencia titulada Anatomía del hombre culto. El hombre culto y nuestro tiempo. “Mi objetivo –decía en el inicio– es la anatomía de lo que se llama hombre culto, tratando de diseccionar las complejidades que constituyen su unidad personal”. La palabra que iniciaba el título de la conferencia –anatomía– ponía de manifiesto mi intención de aplicar metafóricamente un método y un lenguaje quirúrgicos en la indagación acerca de la cualidad que expresa el adjetivo culto, una distinción de la persona que, en aquel tiempo no tan lejano, el lenguaje habitual relacionaba casi exclusivamente con el género masculino [hombre culto], con olvido del femenino, ya que la mujer culta ha sido, lamentablemente, una especie tardía. El subtítulo señalaba la necesidad de que toda definición de hombre culto debería elaborarse en relación con su contexto histórico.

En aquella conferencia me atrevía a enunciar una definición de hombre culto válida para aquel tiempo [1964]: “Hombre que suele ejercer profesiones liberales, posee un título académico, dispone de tiempo libre que aprovecha para procurarse una serie de conocimientos sobre literatura, filosofía, bellas artes, sociología, religiones, política, economía, física y otras áreas del saber, mantiene un cierto distanciamiento crítico frente a la sociedad en la que vive, es poco propicio al compromiso y se muestra exigente en la búsqueda de la verdad, la justicia y la libertad.”

Cuando, ya en el siglo XXI, vuelvo a intentar la disección de la anatomía de la persona culta, enseguida vienen a la mente dos palabras cuyos límites conceptuales son confusos: humanista e intelectual. El término humanista, después de una larga peripecia histórica1, ha venido a significar –en el Diccionario de la RAE– “persona instruida en letras humanas”, mientras que intelectual sería “aquel que se dedica preferentemente a las ciencias y a las letras”. El humanista puede saber mucho acerca de las heridas de los héroes en la Ilíada, y muy poco o nada sobre la herida como problema biológico, mientras que lo contrario ocurre, generalmente, en el científico. En el término intelectual [tanto el humanista como el científico lo son, en sentido estricto] se pone el acento en su contraposición con el trabajador manual y, sobre todo, suele resaltarse su compromiso político.

“LO QUE NO HA VARIADO EN LA CONSTRUCCIÓN PERSONAL DE LA CULTURA ES LA NECESIDAD DE APLICAR UN PENSAMIENTO CRÍTICO A LA INFORMACIÓN Y AL CONOCIMIENTO ADQUIRIDOS”

¿Qué es lo que posee la persona culta que no tiene la inculta? De entrada, la persona culta se hace preguntas, muchas preguntas, sobre cuestiones que corresponden a horizontes alejados de su profesión, y con su entusiasmada búsqueda ha conseguido reunir un significativo plus de datos, de información y de conocimientos, que ha aprendido a procesar aplicando un pensamiento crítico. La persona culta es una persona leída [“que ha leído mucho y es persona de muchas noticias y erudición”, dice el Diccionario de la RAE] y, por esta razón, la imagen de la biblioteca ha sido siempre evocada como su hábitat natural.

Sin embargo, en la era de las nuevas tecnologías de la comunicación, en plena sociedad de la información y del conocimiento, en la que ambos se encuentran disponibles en tiempo real y en volúmenes inconmensurables, las fuentes de la información y del conocimiento se han desplazado, en gran parte, a una biblioteca digital, global e “interminable” [J.L. Borges], aunque la biblioteca real permanece como el reducto íntimo de la persona culta.

Lo que no ha variado en la construcción personal de la cultura es la necesidad de aplicar un pensamiento crítico2 a la información y al conocimiento adquiridos. Para pensar críticamente es necesario el aprendizaje de una secuencia bien determinada de habilidades cognitivas: interpretación, análisis, evaluación, inferencia y explicación. Pensar críticamente es incidir la piel de la cultura, canónica y no canónica, hasta llegar a sus entrañas, diseccionar los tejidos donde se encuentran sus dispares discursos, sus creaciones culturales, y donde se ocultan también las cicatrices de las destrucciones iconoclastas, para sacar a la luz, mediante una escritura personal y a través de un apasionante juego combinatorio, relaciones, asociaciones, diálogos imaginarios, similitudes, analogías, etimologías, metáforas, matices, claroscuros, fantasías, premoniciones, diferencias y contradicciones. En línea con esta metáfora quirúrgica, resulta especialmente brillante la conjetura de Rafael Argullol3: “Pensar no es, tal vez, sino llevar la cirugía a sus últimas consecuencias”.

La persona culta, para algunos un melancólico espécimen en vías de extinción, ha de entenderse –en este mundo globalizado y multicultural, científica y tecnológicamente muy avanzado y especializado, aunque atravesado por una brecha que separa dramáticamente la riqueza de la pobreza– como una construcción personal en la que la herramienta fundamental es el método crítico, capaz de diseccionar los saberes –ciencia y Tecnología frente a Arte y Humanidades– integrados en una Cultura con mayúsculas, que supere la dicotomía4. Un método crítico que aplica el bisturí de un lenguaje capaz de recorrer transversalmente los amplios dominios del conocimiento [la persona culta no puede ignorar hoy la ciencia] en busca de áreas en las que pueda producirse, siempre que se respeten y no se confundan las exigencias de sus propias metodologías –la científica y la hermenéutica– una aproximación a la unidad del conocimiento5.

Todo este esfuerzo de aproximación a la unidad del conocimiento, que debe girar siempre alrededor de la dignidad de la persona humana, dará como resultado la construcción de una persona culta, cualquiera que sea su campo especializado del conocimiento y de la técnica del que se ocupa profesionalmente en profundidad, y desde el que ha partido para esta aventura. Esta prolongada construcción personal potencia, en quien la asume, la capacidad de comprehender la realidad multidimensional del mundo y de sus culturas. Es una construcción que dura toda la vida y que le da plenitud, convirtiéndola en un “arte de vivir, un arte pragmático que se practica en la escritura”6.

La cualidad de ser culto más allá del ámbito de las letras humanas, cuando es reciclada y utilizada dentro de las exigencias de la sociedad de la información y del conocimiento, puede ser, sin duda, un eficiente y rentable valor añadido.


  1. Pera,C. Humanismos,humanistas y humanidades. JANO Medicina y Humanidades, nº 1349,2000

  2. Faccione,P.A. Critical Thinking: A Statement of Expert Consensus for Purposes of Educational Assesment and Instruction, The California Academic Press,1998,

  3. Argullol, R. Enciclopedia del crepúsculo, Acantilado, Barcelona,2005

  4. Pera,C. La controversia sobre las dos culturas: Arte y Humanidades frente a Ciencia y Tecnología, JANO, Medicina y Humanidades, nº 2005

  5. Wilson, E. O. Consilience. La unidad del conocimiento. Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, Barcelona, 1999

  6. Nehamas, A. El arte de vivir. Reflexiones socráticas de Platón a Foucault. Pre-Textos, 2005

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