Sobre orlas y orlados

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«LA PARAFERNALIA DEL ACTO, LA BUSCADA ESPECTACULARIDAD Y LA PUESTA EN ESCENA TIENEN UN CIERTO PARECIDO CON LAS FIESTAS DE GRADUACIÓN QUE SE HACEN EN ESTADOS UNIDOS»

Como corolario del verano, me parece interesante dedicar esta tribuna a lo que fue la entrega de orlas de los alumnos/as de la Ingeniería Técnica Industrial de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria, celebrada en el Auditorio Alfredo Kraus de esta ciudad el pasado 15 de julio del presente año. En el diccionario del uso del español de María Moliner, se define el vocablo “orla”, en sus diferentes acepciones, como “cuadro que se hace con los retratos de todos los que terminan la carrera en la misma promoción, junto con los profesores que han tenido en ella, que cada uno de los alumnos conserva como recuerdo y que a veces cuelga en su despacho como un emblema profesional…”.

El salón principal del auditorio y las primeras filas del patio de butacas lo ocupaban los jóvenes nominados para recibir “la orla”, que se encontraban debidamente ataviados con trajes formales, incluso con una banda de la universidad de color teja con su correspondiente escudo universitario. El grupo en su conjunto estaba integrado por 140 jóvenes, agrupados por especialidades: químicos, mecánicos, eléctricos y electrónica industrial. El resto del patio de butacas lo ocupaban la familia y amigos de los aspirantes a orlarse, así como profesores de dicha universidad.

En el escenario del emblemático auditorio que homenajea al tenor y al mismo tiempo ingeniero técnico industrial, Alfredo Kraus, estaba ubicaba la llamada mesa presidencial. Ésta estaba presidida por el director de la Escuela, José María de la Portilla Fernández, y le acompañaba en la misma el viceconsejero de Empleo, Industria y Comercio del Gobierno de Canarias, Juan Pedro Sánchez Rodríguez, compañero y anterior decano del Coiti de Tenerife, quien actuaba como padrino de la promoción académica de los posibles nuevos titulados. En dicha mesa también estaban presentes los profesores, tutores y padrinos de las respectivas especialidades.

Antes de comenzar el acto programado, en el vestíbulo y en los pasillos del auditorio, se escuchaban los comentarios de familiares, profesores, amigos e incluso de algunos de los que se orlarían posteriormente. En general, y en tono algo humorístico, se dejaba caer que a la mayoría de los alumnos que se disponía a recibir este “emblema profesional” les quedaban pendientes para terminar la carrera tres y cuatro asignaturas, además del preceptivo proyecto fin de carrera. Se decía también que eran muy pocos a los que les quedaba sólo el proyecto, y una madre matizó que aproximadamente sólo media docena había terminado satisfactoriamente los estudios de la Ingeniería Técnica Industrial en sus correspondientes especialidades.

Así pues, se podría decir que esta celebración está en total contradicción con la definición que se hace al principio de este artículo. Me imagino que de forma análoga se llevará a cabo este tipo de actos en las distintas Comunidades Autónomas, y seguramente a modo práctico y de operatividad se tenga que hacer así, alejándose sustancialmente de las precisiones definitorias y del significado del hecho en sí.

Es cierto que desde hace décadas, estas orlas las veíamos en los despachos de médicos, abogados o farmacéuticos, y la realización de la orla se organizaba en el último curso de carrera o a la realización de la tesis o tesina para obtener la licenciatura, o bien de la reválida o del proyecto fin de carrera si hablábamos de la ingeniería. Con el paso del tiempo, lo de la orla se ha ido generalizando de tal modo que hoy día se organiza al terminar el bachillerato, la formación profesional o los ciclos formativos. Yo creo que deberíamos hablar de una “fiesta de graduación” al terminar una carrera o, tal como está “el paño”, de una celebración que culmina una etapa educativa. Casi podríamos decir que se trata de actos análogos a los que se organizaban hace años sin tantas alharacas protocolarias y sin tantos formalismos atávicos. Entonces se llamaban fiestas de fin de curso, sin ningún tipo de complejo. Lo de las orlas, como vengo diciendo, creo que debería reservarse para el fin real de los estudios académicos universitarios. Lo otro no es más que artificio y herencia de modas que no se corresponden con nuestra cultura. A este paso, lo próximo puede ser celebrar también el Día de Acción de Gracias. Y no lo digo de broma, que ahí está la celebración de Haloween como ejemplo de modismos que poco a poco ganan espacios a nuestras tradiciones.

La parafernalia del acto que comentamos, así como la buscada espectacularidad y la puesta en escena, tiene un cierto parecido con las fiestas de graduación que se hacen en Estados Unidos. En todo ello, como acabo de expresar, se aprecia una cierta contaminación con lo que se exhibe en los medios televisivos en cuanto a este tipo de actos, y para más inri se le da hasta un toque Operación Triunfo o Factor X al asunto.

El acto en cuestión comenzó con una introducción al mismo por parte del director de la Escuela Universitaria Politécnica, y seguidamente, en “exposición a dos”, fueron saliendo a la palestra los representantes de estas especialidades, interviniendo y dando una semblanza de lo que significó en su día la convivencia en el centro, las dificultades en algunas de las materias, la exigencia de algunos de los profesores, las anécdotas más notables en este período de estudios, así como las fiestas hasta el amanecer de estos jóvenes a lo largo de estos años. Todo ello, ilustrado y apoyado con un espléndido montaje audiovisual en cada una de las especialidades descritas anteriormente.

Al finalizar la intervención de los representantes del alumnado en cada especialidad, el secretario fue llamando a los jóvenes nominados por grupo y especialidad, entregándose por los miembros de la mesa la correspondiente orla. Posteriormente, se procedió a los discursos de rigor, lo que se convirtió en una cita interminable y cansina. El contenido de las intervenciones carecía de interés para la generalidad del público presente, y en todo caso destacaríamos las palabras del director de la Escuela sobre la formación y preparación que deben tener los ingenieros técnicos industriales, así como la intervención del viceconsejero sobre las ofertas de trabajo y la incorporación de estos profesionales al actual sistema productivo. Del resto de las intervenciones, sólo cabe reseñar los supuestos agradecimientos, los halagos y los aplausos del público interesado en una promoción que aún no sabemos si terminará la carrera este año, el próximo o el siguiente.

No podría finalizar este relato sin destacar la parte más importante de esta celebración, que fue la intervención de los alumnos que a dúo hicieron la interesante exposición en cada una de las especialidades. Lo más sorprendente era la maestría y el de – senvolvimiento en la palabra, así como la adecuada utilización del lenguaje en toda su exposición, además de los nuevos soportes tecnológicos. Esta impresión está argumentada en que hace unos 15 años asistí a un acto académico donde un grupo de alumnos presentaban y defendían el proyecto fin de carrera y observé que lo estrictamente técnico lo expresaban muy bien, pero no así los aspectos más literarios de la exposición. Por ello, me llama la atención lo ocurrido esa noche en el Auditorio Alfredo Kraus en cuanto a la disertación de estos alumnos, valorando de forma altamente positiva este progreso en los nuevos y futuros titulados.

Comencé con la pequeña crítica al motivo del acto en sí, pero gracias a éste también pude apreciar cómo nuestros futuros compañeros vienen con una alta preparación a la hora de hablar en público y de mostrar una visión casi novelesca de su vida cotidiana. Supongo que todo esto formará parte del contrasentido diario de los nuevos tiempos, aunque ya digo que en este caso me alegro de ese humanismo que se atisbaba más allá del formulismo y de la técnica que se nos supone.

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