“ASÍ PUES, MUCHOS SEGUIMOS BUSCANDO EL REFUGIO DE LA POESÍA PARA CONSOLARNOS Y ALIVIARNOS. INTENTAMOS QUE LA POESÍA NOS PROPORCIONE ESE FINGIMIENTO DEL QUE HABLA EL MARQUÉS DE SANTILLANA PARA CUBRIR O VELAR “CON MUY FERMOSA COBERTURA” NUESTRA REALIDAD COTIDIANA”
Vivimos pendientes de dar a entender cosas, situaciones, perspectivas e imágenes que quizá no son ciertas o se asemejan poco a nuestra realidad. En muchas ocasiones vivimos fingiendo. Fingir, del latín fingere, es dar a entender lo que no es cierto. El Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de Corominas y Pascual nos descubre un duplicado popular de fingere que es heñir, por “amasar”, “modelar”, un significado lejano al de “representar” o “inventar”. En cambio, su derivado, “ficción”, tomado de fictio, ya nos acerca más a la actitud ficticia de las personas. Por ello, el fingimiento nos escuda en el resguardo de nuestra verdad o de parecernos a una imagen que los otros han creado o querrían de nosotros mismos.
La literatura, nuestro gran valedor para entender la realidad, nos ofrece ejemplos de autores que han dilucidado sobre este término. Iñigo López de Mendoza, más conocido como el Marqués de Santillana, concebía la poesía y la literatura en general no como un entretenimiento cortesano, sino como algo profundo que podía investigar cualquier tema siempre que se presentara “con fermosura cobertura”. En la época del Marqués el objeto de ficción eran las cosas útiles, en la tradición literaria se concebía el arte como utilitario y edificante y el significado de fingere era “crear”, “formar”, “plasmar”, lejos del significado actual. El Marqués, como Enrique de Villena y otros de su generación, se refieren a la creación poética como la obra de la imaginación, pero nuestro autor va más allá y aparte de defender la utilidad de la ficción también proscribe la utilidad de los versos:
“¿E que cosa es la poesía (que en nuestro vulgar gaya sçiençia llamamos), syno un fingimiento de cosas utiles, cubiertas o veladas con muy fermosa cobertura, compuestas, distinguidas e scandidas por çierto cuento, peso e medida?“ (Marqués de Santillana, Prohemios y cartas literarias, edición preparada por Miguel Garci-Gómez, Madrid, Editora Nacional, 1984, p. 84).
El Marqués contribuyó no sólo con su obra y sus estudios a la historia de la literatura castellana, sino que también fue decisivo para establecer en castellano los vocablos y conceptos nuevos en el siglo XV de “poema”, “poesía” y “poeta”, con ellos se suplían los anteriores conceptos de “gaya ciencia”, “decir” y “trovador o decidor”.
Nuestro autor seguramente es uno de los más significativos y originales representantes del humanismo peninsular hispánico, porque es uno de aquellos nobles letrados, quizá el principal, que tratan de armonizar armas y letras, saber y caballería, como asegura en su famosa sentencia al frente de los Proverbios: «La sçiençia non embota el fierro de la lança, nin façe floxa el espada en la mano del cavallero». (Prohemio a Proverbios (1437), edición de J. Amador de los Ríos, Obras de Don Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, p. 24).
Resulta hoy día un tanto asombroso que un hombre se dedicase por igual a la actividad bélica que a la literaria y filosófica. Las palabras se pueden contemplar como bálsamo o como puntas de espada. El Marqués de Santillana se adelantó en la idea de que la poesía podía tener efecto de consolación y reposo en momentos adversos. La consolación, consolatio, del latín consolare, se entendía, como hoy, en la acción de aliviar la pena o aflicción de alguien. Entiéndase la poesía como alivio y complemento en la “mano del cavallero”. Villena también tuvo en cuenta esta función de la poesía en su conocido Tratado de consolación (1412), pieza retórica y culta que escribe a petición de su criado, don Juan Fernández de Valera, para aliviar la pena por la muerte de varios familiares.
Así pues, muchos seguimos buscando el refugio de la poesía para consolarnos y aliviarnos. Intentamos que la poesía nos proporcione ese fingimiento del que habla el Marqués de Santillana para cubrir o velar “con muy fermosa cobertura” nuestra realidad cotidiana. Ya nos advirtió Boecio en su Consolación de la filosofía que quien no se deja guiar por la sabiduría caerá en los peligros del destino, la fortuna y los tiranos, ya que la filosofía, léase también literatura, es nuestro ángel protector. Y en el amparo de la literatura dejamos a un lado nuestros fingimientos.