Decrecimiento

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Cunde el pesimismo sobre la posibilidad real de una reforma a fondo de los modelos económicos vigentes, más allá del reforzamiento de algunos mecanismos de control del entramado financiero que, al parecer, en el caso de España han funcionado bien. Después del primer susto, da la sensación de que todo vuelve a ser como antes y es más que probable que, cuando lo peor de la crisis haya pasado (¿pasará?), perderemos inmediatamente la memoria de este gran chanchullo que nos ha llevado al colapso.

Lo primero que llama la atención de los observadores inexpertos es que nadie parece responsable de este gran descalabro. Ni los bancos, ni las grandes empresas, ni los economistas y otras cabezas pensantes que avalan el sistema con sus análisis y diagnósticos, ni las instituciones internacionales que dieron muestra de una insolvencia escandalosa, ni por supuesto los medios de comunicación, ni tampoco los ciudadanos que nos consideramos víctimas sin reconocer que en algún momento hayamos podido ser cómplices.

Sólo los gobiernos, qué remedio, han dando la cara. Y algunos, como el nuestro, la han dado tarde. ¿Qué podrían haber hecho esos gobiernos, en concreto el español, para paliar unos efectos tan devastadores? Porque todo el mundo apunta ahora al sector de la construcción. Ahora que estamos con el agua al cuello, pero no hace unos meses, cuando la economía parecía ir sobre ruedas. ¿Cómo habríamos reaccionado si se hubieran tomado medidas tendentes a frenar el disparate urbanístico que, en más de una ocasión, ha sido denunciado en esta columna? ¿No habría sido acusado el Gobierno de estrangular una economía capaz de generar miles de puestos de trabajo, buena parte de ellos para los inmigrantes que han llegado a nuestro país huyendo de la miseria?

No es menos llamativa la creencia generalizada en el crecimiento ilimitado del mercado. Nos echamos las manos a la cabeza ante la caída en picado de las ventas de viviendas o de coches sin que nadie se pregunte por la lógica interna de un sistema que debe crecer año tras año para mantenerse a flote. Ocurre lo mismo con el turismo, como si España o cualquier otro país tuvieran una capacidad de acogida ilimitada. De manera que, con o sin crisis, cabe preguntarse si todo esto tiene sentido y si no es posible una economía menos dilapidadora capaz de mantenerse teniendo en cuenta el efecto de saturación de los mercados.

A su manera, el Gobierno de Rodríguez Zapatero apunta en esta dirección cuando plantea la necesidad de caminar hacia una economía sostenible y, aun reconociendo la insuficiencia de sus explicaciones, resultan más que preocupantes algunas opiniones descalificadoras. ¿Qué es eso de la economía sostenible, se pregunta Mariano Rajoy, con la intención de ridiculizar la propuesta del presidente? Ciertamente, nadie tiene una respuesta clara respecto a este asunto. Desde finales de los ochenta se viene especulando sobre el objetivo de la sostenibilidad sin que hayamos sido capaces de poner en pie un nuevo sistema que aparezca como alternativa solvente al actual, pero el reto sigue ahí y nadie puede obviarlo.

“EN 1972, MUCHO ANTES DE QUE SE PUSIERA DE MODA EL CRECIMIENTO SOSTENIBLE, YA ESPECULABA EL CLUB DE ROMA SOBRE LOS LÍMITES DEL CRECIMIENTO”

Como también hemos recordado aquí, en 1972, mucho antes de que se pusiera de moda el crecimiento sostenible, ya especulaba el Club de Roma sobre los límites del crecimiento, de manera que llevamos más de tres décadas dándole vueltas a esta difícil cuestión. En los últimos meses, han aparecido varios libros que abordan este reto: Menos es más, de Nicolas Ridoux, Mejor con menos, de Joaquin Sempere, y Pequeño tratado del decrecimiento sereno, de Serge Latouche. Los tres reconocen el agotamiento de un modelo económico y social que, como estamos viendo y sufriendo, hace agua por todos los sitios. Y también coinciden en señalar que la felicidad o algo que se le parezca es posible con una vida más sencilla y con menos bienes materiales. E. F. Schumacher, que inició la nueva cultura del decrecimiento con su célebre libro Lo pequeño es hermoso, sentencia: “Jamás ha habido ningún tiempo, en ninguna sociedad ni en ninguna parte del mundo, sin sabios y maestros que desafíen al materialismo y procuren un orden de prioridades diferente”.

Pasará la crisis. Continuará el mismo modelo con algunos parches más o menos provisionales, pero tarde o temprano tendremos que completar el sudoku. Aunque el milagro Obama es limitado, es evidente que las condiciones internacionales son en estos momentos mucho más favorables que las de hace unos años para buscar nuevos caminos. ¿No es significativo que, con la que está cayendo, el cambio climático haya sido uno de los temas estrella de la última cumbre del G-8 como lo fue de la anterior? A lo mejor se cumple el tópico y la crisis se convierte en oportunidad. Que así sea.

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