Para Roger Chartier, coordinador del libro Historia de la lectura en el mundo occidental, “la forma digital de producción y transmisión de la escritura lanza un profundo desafío tanto a las categorías que fundamentaron el orden del discurso que es todavía el nuestro (por ejemplo, propiedad intelectual, originalidad de la obra, o individualización de la escritura) como la relación con la cultura escrita, siempre plasmada hasta la aparición del ordenador por la inseparable vinculación entre el texto y el objeto, la obra y el libro, los artículos y la revista o el periódico”.
Como nos recuerda este autor, los diálogos de Platón fueron leídos en rollos, copiados en códices y hoy pueden leerse en una pantalla de
ordenador. No cree que el libro, como objeto, vaya a morir porque es «todavía vía el objeto más adecuado a los hábitos y expectativas de los lectores que entablan un diálogo intenso y profundo con las obras que les hacen pensar, desear o soñar”.
El poder de las palabras, escritas y orales, es bien conocido para los que dominan la retórica. Discursos, arengas y poemas han utilizado desde tiempo inmemorial figuras retóricas para convencer, infundir valor o seducir. Su poder, si son hábilmente combinadas, se conoce desde la Grecia clásica.
Una investigación reciente nos confirma que la literatura estimula nuestro cerebro. El oxímoron así lo ha demostrado. Este es una combinación de dos palabras o expresiones de significado opuesto que origina un nuevo sentido, como noche blanca o muerto viviente. Esta figura retórica genera una intensa actividad en el área frontal izquierda del cerebro, actividad que no se produce ante una expresión neutra o una incorrecta.
“La investigación demuestra el éxito del nivel retórico de las figuras literarias; la razón de su efectividad es que atraen la atención de quien la escucha. Se reactiva la parte frontal del cerebro y se emplean más recursos en el proceso cerebral de esa expresión”, explicó Nicola Molinaro en un comunicado del Centro Vasco de Cognición, Cerebro y Lenguaje.
El curioso experimento, cuyos resultados se han presentado en la revista NeuroImage, consistió en exponer a varias personas, de entre 18 y 25 años, a esas expresiones y medir, mediante electroencefalogramas, su reacción cerebral. Molinaro se centró en el
oxímoron por ser una fórmula muy sencilla, que puede construirse con un par de palabras, resultando fácil de medir la actividad cerebral que desencadena. El científico italiano, trabajó en colaboración con su compañero en el BCBL, Jon Andoni Duñabeitia, y el director del centro, Manuel Carreiras, e ideó, para el experimento, varias listas de frases incorrectas, neutras, oxímoron y pleonasmos, empleando el mismo sustantivo como sujeto. Por ejemplo, monstruo geográfico, como expresión incorrecta; monstruo solitario, como expresión neutra; monstruo hermoso, como oxímoron, y monstruo horrible, como pleonasmo (vocablo innecesario que añade expresividad).
“Los resultados de la investigación muestran que cuanto menos natural es la expresión, más recursos requiere para ser procesada en la parte frontal izquierda del cerebro», asegura Molinaro. La frase neutra monstruo solitario es la que menos recursos cerebrales necesita para procesarse. En cuanto a la expresión incorrecta, monstruo geográfico, 400 milisegundos después de percibirla, el cerebro reacciona al detectar que hay un error.
El trabajo de Molinaro forma parte de una de las grandes áreas de estudio del BCBL: el lenguaje. En sus instalaciones de San Sebastián, entre otros campos relacionados con la investigación del cerebro, el centro estudia múltiples aspectos de la relación entre la cognición y el lenguaje, como el aprendizaje, el bilingüismo y los problemas cognitivos relacionados con el lenguaje.
Sea como sea, en papel o en ordenador, parece que la literatura y su lectura siempre generarán actividad cerebral. Miles de significados brotarán de la combinación de las palabras. Mientras exista la escritura, existirán los lectores. Si hay un más allá no sabemos.