La experiencia es un grado

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Todos hemos escuchado las expresiones que dicen “la experiencia es un grado” o “sabe más el demonio por viejo que por demonio”, y ninguna de las dos es fruto de la casualidad, sino que forman parte de la gran sabiduría popular que, a lo largo del tiempo, ha formulado dichas sentencias a partir del funcionamiento de nuestra sociedad.

Pero el valor de la experiencia no solo es sabiduría popular, sino que está presente en numerosos aspectos de nuestra vida cotidiana y laboral. Así, durante el primer año tras haber obtenido el permiso de circulación, hay que llevar la “L” de conductor novel y cumplir determinadas restricciones; en las ofertas de empleo se valora la experiencia profesional, a veces de forma excluyente; en los diferentes trabajos se incrementa el salario en función de los trienios o quinquenios, y así un largo etcétera de ejemplos en los que se valora la experiencia. Y esta experiencia no solo es reconocida en el ámbito profesional, sino que confiere además valores de índole social, por cuanto aporta de conocimientos y sabiduría a quienes la poseen.

El título de este artículo también puede trasladarse a la situación actual que estamos viviendo los ingenieros técnicos industriales, y para ello es preciso introducir de forma muy breve el proceso de adaptación al Espacio Europeo de Educación Superior y su implantación en nuestro país. El Real Decreto 1393/2007 es el resultado de todo el proceso de armonización de estudios universitarios en Europa, iniciado en 1999 con la Declaración de Bolonia y que trae consigo una nueva estructura de títulos universitarios, en la cual se establecen tres nuevos niveles, que son grado, máster y doctorado.

Al mismo tiempo, establece de forma muy clara que los grados han de ser titulaciones de 4 años y 240 créditos ECTS y formación generalista; los máster, una duración entre 60 y 120 créditos ECTS y muy especializados en una o varias materias, y los doctorados similares a los actuales con pequeños matices.

Una vez estructurado el sistema universitario, y sin realizar la correspondiente reforma en el sistema profesional, se liga el título académico de graduado a la profesión de ingeniero técnico y el de máster a la de ingeniero. Queda también muy claro que la titulación de referencia para el ejercicio profesional es la de graduado, y que, por supuesto, coincide con el resto de profesiones de nuestro país y de toda Europa.

A partir de aquí, el Gobierno pensaba que tenía resuelto el problema, por lo menos de forma provisional, pero no contaba con el inconformismo y la visión de futuro de nuestro colectivo, que con buen criterio y quizás también obligado por las diferentes disposiciones legales que limitan el acceso a determinados puestos de trabajo a los titulados de grado, quiere obtener la nueva titulación académica. Y es que, para acceder al grupo A1 de la función pública es imprescindible la titulación de graduado, para poder acceder al cuerpo de educación secundaria en materias diferentes a las tecnologías se exige el título de graduado, para moverse libremente por Europa sin problemas es casi imprescindible el título de graduado, y así un largo etcétera de ventajas. Todo ello, por supuesto, nos hace pensar que la nueva titulación nos incorpora al mercado de trabajo de referencia y de futuro, y no debemos perder este tren.

“LA NUEVA TITULACIÓN DE GRADO NOS INCORPORA AL MERCADO LABORAL DE REFERENCIA Y DE FUTURO, Y NO DEBEMOS PERDER ESTE TREN”

Ahora bien, para subirnos a este tren y obtener la titulación de Graduado en Ingeniería, estamos encontrando numerosas dificultades, propiciadas por la falta de plazas en las universidades públicas y por la gran disparidad de criterios, tanto en los contenidos académicos (desde 24 ECTS+TFG a 78 ECTS+TFG) como en el reconocimiento de la experiencia profesional (de 0 a 36 créditos ECTS), lo cual nos lleva a un total desconcierto.

He aquí el momento de buscar solución al problema y sobre todo de aplicar la lógica de la experiencia y los criterios que a su vez nos vienen impuestos desde la propia Europa a través de la directiva 2005/36. Y es que, la experiencia adquirida en nuestros respectivos campos profesionales ha de tener el adecuado reconocimiento académico, y máxime en este momento de transición en el que se hace más necesario, si cabe, el facilitar la incorporación de los titulados actuales al futuro, y evitar de esta forma el elevado coste social que ello conlleva. Pero es más, desde la responsabilidad y la coherencia, hemos de facilitar que nuestros compañeros puedan dedicar sus recursos a la realización de aquellos máster o cursos de formación que realmente les sean útiles para su desarrollo profesional o para satisfacer sus inquietudes académicas, y contribuir de esta forma a tener una sociedad mas eficiente y funcional que, entre otras cosas, es lo que nuestro país necesita.

Con el deseo y la convicción de que nuestra experiencia se convierta en un grado, os animo a seguir trabajando con la profesionalidad y el ingenio que define nuestra profesión y que hace fuerte a nuestro colectivo. Que la experiencia os guíe.

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