Revoluciones

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Dando por hecho que el nacimiento del ecologismo coincide con la publicación en 1962 del libro de Rachel Carson The silent spring (La primavera silenciosa), escribe Vicente Verdú en El País: “Nunca antes ni después un movimiento social ha alcanzado tanta audiencia y acatamiento en proporción al intervalo de su desarrollo”. Bueno, sí, el feminismo sin ir más lejos (de ecofeminismo hablan algunos), aunque sus orígenes sean más remotos, como los del ecologismo, por otra parte, según vengo contando en esta sección desde hace varios años. Pero no importa ahora tanto el rigor de las fechas (en puridad ambos fenómenos son decimonónicos) como la constatación de su eclosión social, que, en efecto, puede situarse en el entorno de la década de 1960. Las revoluciones verde y violeta han sumado confluencias pero sus trayectorias están netamente diferenciadas.

¿Revoluciones? Creo que sí, aunque tengan poco que ver con la realidad histórica de este término que suele asociarse a modificaciones profundas y casi siempre violentas en las estructuras políticas, económicas y sociales de un país. Ni el ecologismo ni el feminismo han originado cambios radicales en la manera de acceder y ejercer el poder (el feminismo ha propiciado su reparto con las políticas paritarias), pero han permeabilizado al conjunto de la sociedad mundial de abajo arriba y de izquierda a derecha (por este orden) generando una nueva cultura que cada día es más visible y relevante. Aun participando en cierto modo de ellas, superan en consistencia y perdurabilidad al ya largo catálogo de revoluciones blandas (¿no es eso la Spanish revolution o el movimiento antiglobalización del que nunca más se supo?) que se han ido sucediendo en las últimas décadas, quizá a partir de 1968, en consonancia con el pensamiento débil inventado por el filósofo italiano Gianni Vattimo.

¿Han conseguido el ecologismo y el feminismo sociedades más justas? En cierto modo sí, en la medida que el feminismo ha contribuido a erradicar situaciones de discriminación seculares (en unos países más que en otros) y el ecologismo se ha apuntado éxitos notables en el objetivo de extender el derecho a un medio ambiente razonablemente sano que no atente contra nuestro bienestar (véanse los casos de contaminación por plomo en China).

Por el camino han quedado planteamientos más o menos utópicos, respecto a las renovables por ejemplo, en favor de un posibilismo que no ha dado malos resultados. Finalmente, los modelos energéticos no se han democratizado tal como predicaban las minorías entusiastas (todos podremos ser productores y consumidores, se decía, aunque tampoco ha resultado del todo falso) y las grandes compañías han sido protagonistas privilegiadas de la economía especulativa que nos ha llevado hasta donde estamos. Ni los propios ecologistas lo reivindican ya porque lo prioritario es sumar megavatios eólicos o sola-res para afrontar la amenaza del cambio climático. “La energía eólica se convirtió por primera vez en la principal fuente de energía en marzo”, contaba la revista de Greenpeace en la noticia de apertura. Se refiere a España, claro.

“A ESTAS ALTURAS DEBIÉRAMOS ACEPTAR QUE LA REVOLUCIÓN TAMBIÉN ES UNA CUESTIÓN DE BUEN GUSTO”

El negocio lo han hecho los mismos de siempre, las mismas compañías eléctricas que también gestionan las nucleares y las centrales hidroeléctricas o de gas, con algunas intromisiones del sector de la construcción antes del naufragio, pero se han creado puestos de trabajo mucho más gratos (no es lo mismo arrancar carbón bajo tierra que montar o conservar un parque eólico), se ha aumentado el saber y el patrimonio tecnológico y se ha ahorrado la emisión de muchas toneladas de veneno a la atmósfera y a nuestros pulmones. Si esto no es revolucionario poco le falta.

La revista Energías renovables celebró el pasado mes de mayo su número 100 con un gran festejo en La Casa Encendida de Madrid. Esta brillante y exitosa iniciativa de los periodistas Luis Merino y Pepa Mosquera, que tiene también su versión on line, se ha convertido en referencia ineludible del sector y basta dar un paseo por sus páginas (número 101) para demostrar que no es nada exagerado hablar de revolución: “La geotermia francesa quiere crecer un 600% en 10 años”. “El Salón del Automóvil de Ginebra ha puesto de manifiesto que no hay marca que se precie que no disponga en la actualidad o a corto plazo de un extenso muestrario de coches híbridos cuando no planes de electrificación total”. “El centro de acogida e interpretación del Cañón de Almadenes (Murcia) será dentro de seis meses el primer edificio público autosuficiente de España y ejemplo de comunión entre arquitectura y naturaleza”. “La alemana Bosch está a punto de abrir una planta en la que quiere fabricar 10.000 células solares por hora”. “En la XIV edición de Genera, la Feria Internacional de Energía y Medio Ambiente, han participado 635 firmas representadas en 280 stands”.

Como guinda del pastel es oportuno referirse a la implantación inminente del coche eléctrico, al menos en las ciudades del mundo desarrollado. No es la gran panacea ambiental, pero tampoco cabe despreciarlo, entre otras razones porque estos coches sirven también como almacén (se primarán las recargas energéticas por la noche, en horas valle) mientras se desarrollan otras alternativas para guardar la energía sobrante. Insisto, si esto no es una revolución se le parece mucho.

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