El pacto

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A la hora de sintetizar las cualidades que singularizan a la especie humana respecto al resto de los animales y que han permitido su epidémica expansión por el planeta, los griegos de la Antigüedad eligieron con buen tino una característica que nos define y que incluye otras facultades de las que presumimos: el dominio de la energía. Según la mitología helena, Zeus encargó a Epimeteo la creación de los animales y le otorgó un amplio muestrario de dones para que los distribuyera entre ellos de forma que cada uno tuviera un medio de garantizar su supervivencia. Olfato, vista, oído, zarpas, dentadura, aguijones, espinas, caparazones, garras, vuelo, velocidad, camuflaje, cuernos, sagacidad… Todos consiguieron su ventaja, pero al llegar al hombre comprobó que se había quedado sin dones y pidió ayuda a su hermano Prometeo. Éste voló hasta el Sol para prender una antorcha, robarles el dominio de la energía a los dioses y regalársela a los humanos.

Los griegos demostraron así su sabiduría, porque basta una superficial revisión de la historia para percatarnos de la íntima relación existente entre los distintos modelos sociales y económicos que la han ido jalonando y el uso de nuevas fuentes energéticas o la mejora de su aprovechamiento mediante el desarrollo de tecnologías cada vez más sofisticadas.

El papel de la energía sigue siendo clave, aunque cabe añadir que comparte este carácter con el del conocimiento. Nuestra sociedad se sustenta sobre estos dos pilares esenciales, de los que dependen nuestro presente y nuestro futuro. Desgraciadamente, ninguno de ellos goza en estos momentos de una buena situación en nuestro país. El conocimiento, que emerge de la investigación, está puesto en cuarentena, con unos presupuestos que partían de posiciones no muy boyantes y ahora, con la crisis, están sometidos a una gran presión menguante. No parece, pues, que apostemos por la ciencia y la innovación, a pesar de las proclamas que a veces se hacen. Ni el Gobierno muestra una sensibilidad adecuada a su importancia ni la oposición se lo reprocha, lo que indica semejante falta de perspectiva.

En cuanto a la energía, la situación no es mucho mejor. Somos un país con gran escasez de recursos energéticos clásicos y, por tanto, extremadamente dependiente del exterior. El desarrollo de las energías renovables, eólica y solar, fundamentalmente, que ha colocado a nuestro país en la vanguardia mundial de las mismas, no ha servido para aminorar esa dependencia, que más bien ha aumentado, ya que, según datos de Red Eléctrica de España, entre 1998 y 2008 la energía primaria consumida importada pasó del 74% al 81%, unos 30 puntos por encima de la media europea. Ni siquiera se ha reducido la importancia relativa de los combustibles fósiles, que suponen el 80% de toda la energía primaria consumida y que a los problemas de dependencia unen los de previsible agotamiento a corto plazo, contaminación y procedencia de zonas de gran inestabilidad política. De los tres tipos habituales de combustible fósil, petróleo, gas natural y carbón, España tan sólo cuenta con pequeños recursos de este último, y se trata de un carbón de mala calidad, poco energético y con elevado contenido de impurezas contaminantes.

En semejante situación, a finales de la pasada primavera se anunció la posibilidad de alcanzar un pacto de Estado sobre energía mediante un acuerdo abierto a las principales fuerzas políticas con representación parlamentaria. Tanto el Gobierno como su grupo y el principal partido de la oposición se mostraron confiados en alcanzar un punto de consenso que permitiera ofrecer un panorama de estabilidad a largo plazo a los sectores energéticos y estimular las inversiones empresariales para mejorar las redes de suministro, afrontar la construcción de nuevas instalaciones energéticas y programar la incorporación masiva pero ordenada de las fuentes renovables. Incluso se anuló la subida de las tarifas eléctricas prevista para el mes de julio, con la esperanza de que el acuerdo definiera su alcance. Y ha sido, precisamente, una subida realizada en octubre la que ha venido a confirmar las dificultades que acosan la propuesta.

«SOMOS UN PAÍS CON GRAN ESCASEZ DE RECURSOS ENERGÉTICOS CLÁSICOS Y, POR TANTO, EXTREMADAMENTE DEPENDIENTE DEL EXTERIOR. EL DESARROLLO DE LAS ENERGÍAS RENOVABLES, EÓLICA Y SOLAR, FUNDAMENTALMENTE, QUE HA COLOCADO A NUESTRO PAÍS EN LA VANGUARDIA MUNDIAL DE LAS MISMAS, NO HA SERVIDO PARA AMINORAR ESA DEPENDENCIA, QUE MÁS BIEN HA AUMENTADO»

En el momento de escribir estas líneas nadie parece confiar ya en que se llegue a alcanzar el tan necesario pacto. Y conforme pasan los días, las dificultades se irán agigantando, porque se per-fila ya a lo lejos, aunque sea a más de un año de plazo, la próxima convocatoria de elecciones generales; y nunca antes se vio por estos lares una precampaña tan intensa y larga. El acuerdo se hace cada vez más improbable, como ocurre también con otro pacto pendiente, el que garantice que el otro pilar de la sociedad, el conocimiento, se refuerce ajeno también al devenir político y a las alternancias en el poder y por encima de las crisis que merman sus recursos. Ojalá me equivoque y en el tiempo que transcurra desde hoy hasta que la revista esté en sus manos se haya alcanzado algún pacto en aspectos tan capitales.

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