La Administración también necesita los mejores ingenieros

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Terminamos el año 2016, que a todos los efectos ha sido muy positivo para nuestra profesión en su conjunto, pero sin olvidarnos, por supuesto, de todos aquellos que lo siguen pasando mal y para los que seguiremos trabajando de forma incansable.

Ha sido un año marcado por varios acontecimientos importantes que, sin duda, van a cambiar nuestra historia, y me refiero tanto al cambio de nombre de nuestro Consejo General incluyendo a los graduados en ingeniería de la rama industrial, como a lo que quizás es más importante y significativo para la evolución de la ingeniería, y que ha sido la sentencia del Tribunal Supremo del 9 de marzo que permite a los graduados acceder a las plazas de ingeniero industrial.

Esta sentencia marca un antes y un después de nuestra profesión, por cuanto que por fin se hace justicia y se nos permite evolucionar dentro de la Administración pública por nuestras capacidades y competencias y sin quedar limitados por la titulación académica como venía sucediendo hasta la fecha, aunque la ley dijese lo contrario.

La reforma de Bolonia ya lo dejaba bien claro al indicar que el título de grado es el válido para la realización de actividades profesionales, y de ello ha dado muy buena cuenta el magistrado ponente del Tribunal Supremo en su sentencia, por lo que podemos afirmar que a partir de aquí hay que replantearse muchísimos aspectos sobre la constitución actual de las profesiones de ingeniería en España.

La sentencia es clarísima al respecto, pero lo más contundente son los hechos que la han propiciado. Un graduado en ingeniería eléctrica con gran experiencia y formación continua se presentó a las oposiciones de ingeniero industrial de la Comunidad Foral de Navarra y, frente a otros ingenieros que tenían el título de ingeniero industrial o el máster de ingeniero industrial, aprobó la oposición y obtuvo su plaza. Posteriormente y basándose en las restricciones de «titulitis» que venimos arrastrando desde el siglo XIX, se le denegó su plaza primero en la Administración autonómica y después en el Tribunal Superior de Justicia de Navarra, hasta que el caso llegó al Supremo y se impuso la cordura.

Con este hecho, queda patente lo que venimos defendiendo en estos últimos años, y es que hay otros muchos medios de adquirir conocimientos que no tienen por qué ser necesariamente las Universidades, sino que estos también se adquieren a través de la experiencia o la formación continua a lo largo de la vida profesional. Pero algo que es mucho más evidente es la obcecación que han demostrado y siguen demostrando algunas Administraciones, que mientras realizan unas pruebas de selección para elegir a los mejores, posteriormente deciden prescindir de ellos por no estar en posesión de un título determinado, y aquí queda totalmente en entredicho la competitividad de las Administraciones públicas.

Menos mal que las empresas no copian estas actuaciones y, por fortuna, se puede crecer profesionalmente basándose en conceptos de competencias hasta llegar al máximo nivel, como es el caso entre otros muchos del ingeniero técnico industrial D. José Peláez, que está dirigiendo la tercera fase de esclusas del Canal de Panamá, lo que a la sazón es hasta fecha la mayor obra de ingeniería del siglo XXI.

Con esta sentencia se estarían eliminando todas las barreras que para nuestro desarrollo profesional teníamos en la Administración pública. Y digo se estarían, porque aunque pueda parecer paradójico, todavía hay quien no quiere hacerse eco de la misma por intereses corporativistas o quizás por seguir defendiendo la supremacía de determinadas razas.

«LOS PRINCIPIOS DE MéRITO, CAPACIDAD Y ESFUERZO SON LOS QUE HACEN UNA SOCIEDAD COMPETITIVA, PERO ADEMáS, SON LOS QUE NOS ESTáN CONDUCIENDO HACIA LA EVOLUCIóN DE NUESTRA PROFESIóN»

Nadie pone en duda que un ingeniero industrial o un máster en ingeniería industrial tenga más conocimientos o competencias que un ingeniero técnico industrial o un graduado en ingeniería de la rama industrial recién terminada la titulación, puesto que han realizado un curso o dos más en la Universidad. Pero no por ello se puede decir que esta situación sea similar con el paso del tiempo, dado que cada uno en función de su actividad profesional y su formación, evolucionará en mayor o menor medida. Y es que no todos los ingenieros con el mismo título somos iguales, ni todos sabemos lo mismo y, por tanto, el título no es lo que nos identifica, sino que son nuestras capacidades y competencias.

Y con esto quiero decir que el título académico ha de ser una puerta de entrada al mundo profesional, como así lo es el título de grado, y a partir de ahí cada uno elegirá su camino sin que existan límites profesionales. Y eso será lo que nos permitirá dar ese gran salto de competitividad que necesita la ingeniería española.

Los principios de mérito, capacidad y esfuerzo son los que hacen una sociedad competitiva, pero además, son los que nos están conduciendo hacia la evolución de nuestra profesión por la vía del sentido común, algo que ha de imponerse frente a los inmovilismos y las nostalgias del pasado que tratan de impedir la lógica de los hechos consumados. Así que vamos a seguir ofreciendo a la sociedad lo que necesita, que ni son ingenieros de primera ni de segunda, sino que son los mejores ingenieros.

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