30 años de espera

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Decenas de martillos diferentes cubren una amplia mesa y una estantería adicional. Cada uno tiene su forma y su tamaño; los hay delicados, contundentes, finísimos, alargados, minúsculos, dibujando extrañas curvaturas. Todos sirven para golpear, pero cada uno está adecuado a una misión diferente: martillo de picapedrero, de relojero, de carpintero, de fundición, de joyería, de ferroviario… el muestrario nos recuerda que la tecnología, incluso en su expresión más sencilla, como ocurre con esta herramienta, esconde un universo de sabiduría y de tradición; nos cuenta que detrás de un humilde martillo está la inteligencia y la mano del hombre intentando dominar la naturaleza en cualquiera de sus resquicios.

Junto al curioso muestrario, otros ámbitos nos ofrecen diversos ejemplos de la habilidad y el ingenio aplicados a resolver todo tipo de problemas. Uno de ellos nos acerca a la tecnología a través de tres palabras: cachivaches, trebejos y chintófanos. La primera sirve para denominar cualquier instrumento más o menos conocido que ha dejado de tener utilidad, mientras que la segunda define una herramienta cuya finalidad y manejo conocemos pero no su nombre. El tercer término, en fin, se aplica a un cacharro del que no conocemos ni su nombre ni su utilidad. La zona dedicada a estos tres conceptos muestra varios ejemplos de cada uno y propone el reto de descubrir la función de un chintófano allí expuesto.

Con otras propuestas semejantes, sugerentes y llenas de ingenio, el Museo Nacional de la Ciencia y la Tecnología ha abierto sus puertas en su sede principal, en A Coruña, 32 años después de su creación. Durante un cuarto de siglo languideció por su pertenencia al Ministerio de Cultura. Allí, sin valedor alguno que fuera capaz de sacarlo adelante, se vio una y otra vez arrinconado por otros centros expositivos de contenido artístico. Tan solo consiguió mostrar una parte mínima de su colección en un espacio cedido por el Museo del Ferrocarril de Madrid, en una de sus alas. Su traslado al Ministerio de Ciencia e Innovación, durante la anterior legislatura, lo puso en manos de personas sensibles al valor de los objetos atesorados durante su existencia, fieles testigos de la fascinante evolución que la ciencia y la tecnología han conocido en los últimos cinco siglos.

“CON OTRAS PROPUESTAS SEMEJANTES,
SUGERENTES Y LLENAS DE INGENIO,
EL MUSEO NACIONAL DE LA CIENCIA Y
LA TECNOLOGÍA HA ABIERTO SUS PUERTAS
EN SU SEDE PRINCIPAL, EN A CORUÑA,
32 AÑOS DESPUÉS DE SU CREACIÓN”

Relojes, astrolabios, instrumentos de navegación, telescopios, herramientas, máquinas de escribir, telégrafos, linotipias, teléfonos, fonógrafos, cámaras de fotos, vehículos… un total de 15.000 objetos que han dormido en los almacenes del museo y que ahora pueden ser vistos por los ciuda-danos. Demasiadas piezas; tantas que podrían hacer la visita tediosa y agobiar al visitante. Para evitar este problema apenas se muestra una parte del tesoro, que se irá renovando periódicamente para que esas 15.000 piezas desfilen poco a poco por los espacios expositivos del museo y puedan ser admirados por el público.


Pero no es suficiente con seleccionar los materiales expuestos. Ramón Núñez, el director del museo y pionero en España de los centros de ciencia interactivos, es muy consciente de que la mera exhibición no basta a los fines de un museo de estas características y se ha esforzado por contextualizar los objetos en su época y en su utilidad y en conseguir hacer atractiva la visita con propuestas y perspectivas diferentes a lo habitual. Así se entiende la sugerencia de desmontar un electrodoméstico y poder analizar sus tripas (y reconstruirlo si uno se siente capaz) o visitar la parte delantera de la cabina de un Boeing-747, hasta hace pocos años el mayor avión del mundo, en sus tres niveles e invitar al visitante a sentarse en las butacas de primera clase, en un escenario convertido en sala de audiovisuales. Al lado, colgando del techo, uno de sus impresionantes motores.

La ciencia está presente a través de las utilidades de muchos de esos objetos, destinados a la investigación, y también en una planta dedicada a mostrar la actividad de los científicos españoles actuales, mediante una exposición dedicada a los premios Jaime I de Investigación. Pero es la tecnología la que, obviamente, reina en el edificio que alberga el museo, un enorme prisma de cristal, de nueve plantas y enrevesada estructura interior que permite, entre otras cosas, observar los contenidos de unas salas desde otras plantas.

Una vez más, A Coruña se convierte en el punto de atracción de las personas interesadas por la ciencia, como ya lo fue en el pasado con la aparición sucesiva de sus tres museos: la Casa de las Ciencias (1985), la Casa del Hombre (Domus, 1995) y la Casa de los Peces (Aquarium finisterrae, 1999). El Museo Nacional de Ciencia y Tecnología viene a ser la Casa de los Inventos que en su día soñara Ramón Núñez para completar el conjunto. Ha merecido la pena esperar tres decenios para contemplar el resultado de su imaginación aplicada no ya a la interactividad de sus anteriores creaciones, sino a la museística objetual que este nuevo reto planteaba.

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